Las mareas lunares agitaron nuestras olas
rompiendo contra la cornisa de tan ansiada esperanza, toda vez que iluminaste
el atisbo del sueño que por fin quise olvidar. Volviste temeroso ante el miedo
de no encontrarte reflejado en el espejo de la razón, y sentir cómo el recuerdo
se desvanecía ante esa dura realidad lagrimeante. No es más que cansancio por
la lucha, te dije, pero estabas sentenciado a morir en el olvido, entendiste.
Cierto que el camino era largo, y por más murallas que hubiese construido, tu
sombra me perseguiría en vidas posteriores. Fuiste capaz de derrumbar esas
construcciones, esa voluntad férrea a la sanación, tanto tuya como mía, porque
el juego había terminado, porque me habías ganado. Pero comenzamos de nuevo la
partida, otra vez los peones avanzaron, claro que ahora el alfil no está, la
torre no está, y las reinas desprovistas de lacayos, pasean juntas a caballo
confiadas en su longevidad.
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