martes, octubre 18, 2005

Oda a mis entrañas

Déjame mecerte vida mía, acariciando tus remolinos y hoyuelos locos.
Déjame que te arrulle y te cante, como cada noche entre mis brazos.

Te haré una cuna en mi regazo, y esperaré paciente a que te duermas.

Besaré tus labios y delinearé tu cara,
haré vigilia incesante por si te inquieta la noche,
por si algún ruido te despierta, seré el centinela de tus sueños,
y pintaré de colores tus despertares.
Construiré cada mañana verdes paisajes bajo un azulado cielo,
aclararé tus aguas río abajo, desembocando en un mar de estrellas
pequeñas, luminosas, delicadas, titilantes.

Abriré las flores con el sol sobre las sienes,
y viajaré buscando polen para alimentarte de su dulzura.
Combatiré con aguerridas almas por tu libertad vida mía,
defenderé tu esencia aunque cueste la mía.

Sudaré cada día por alimentar tu boca,
cada noche por construir tus castillos ideales,
cuentos de hadas, príncipes y princesas,
te introduzco en sus historias reina de mi vida
en un continuo juego de soñados finales.

Aquí estoy pequeña de mis desvelos,
atisbo húmedo del rocío mañanero.

Mi mano te busca para guiar tus pasos,
mis brazos te llaman para abrazar tu alma,
mis ojos te siguen para llorar tus alegrías,
y mi boca besa cada punta de tu pelo.

Eres mi fortaleza en días sombríos
aquellos que lloraron cuántas veces corazón
y fijaron su mirada en lo alto del cielo
para verte bajar desde cada nube a abrazar mis lágrimas.

Mi pequeña lucecita con alas de seda
eres tan grande que rompes mi corazón henchido
sobrepasándome tu dulzura en sonrisas interminables.

No calles tu canto enorme mujer de cristal,
porque no hay final que anteceda a esta celestial conjunción,
somos la prolongación del verdadero amor,
más allá de la vida, más allá de la muerte.
Te amo.